Cuando nos quedamos desnudos

En el fondo, es bastante fácil desnudarnos, literal y figuradamente. El striptease lo ha hecho arte, precisamente porque es fácil hacerlo: si fuera difícil quedarnos en pelotas, la gente iría a ver a personas ya desnudas y no quitándose la ropa, tu pareja no trataría de jugar contigo con tranquilidad, con calma, poniendo los dientes largos.

La desnudez, repito, figurada o literal, puede esconderse detrás de ocho copas, unas rayas, una frase, un gesto, una mirada o un billete. ¿Quién no tiene ese colega que cuando se toma alguna copa de más está ya quitándose la ropa? ¿Cuántas veces no ha desnudado tu padre tus intenciones con una mirada? Y hay gente que, por un billete, haría lo que fuera: desnudarse es poco.

Además, no todos los desnudos son iguales. No es lo mismo un desnudo en una revista erótica que el desnudo del ya citado colega pedo o que el desnudo de la persona a la que deseas. De todos ellos, y salvando los obvios, el que más me gusta es el de los demócratas y los hombres y mujeres de derecho.

El Estado de Derecho ha desnudado a más gente que Hugh Hefner, y sin pagar ni ningún otro fin específico. Y es que los demócratas se quedan desnudos ante él una vez tras otra, y en este país, normalmente es por el mismo caso: Euskal Herria, el País Vasco, Euskadi, Euzkadi, las Vascongadas… Llamadlo como queráis, pero esta zona y sus habitantes han motivado más desnudos de los que os podáis atribuir en vuestros mejores sueños.

Leyes ad hoc para prohibir partidos, evitar beneficios penitenciarios o rodear elegantemente Derechos Humanos; procesos judiciales (18/98, que cantaban los Lendakaris) motivados por discrepar de una idea de Estado o por ser joven y tener determinadas pegatinas y/o sudaderas; negar constantemente, y sin argumentos legales el ejercicio de la democracia a una parte muy alta del pueblo; actuaciones desmedidas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; torturas en comisarías; establecimiento de grupos paramilitares subvencionados con el dinero de todos para asesinar a personas… Esto son sólo algunos motivos por los que muchos demócratas y hombres y mujeres de derecho se congratulan de este Estado de Derecho, que les permite hacer esto y más.

Pero amigo, nada es para siempre. El actual Ministro del Interior lo ha descubierto hoy, con mucho dolor, como lo descubrió antes el sistema judicial de la mano de Estrasburgo con Otegi o hicieran lo propio, entre otros, Barrionuevo y Vera, hace ya muchos años.

Porque aquí se les cae toda su ropa de demócratas y de hombres y mujeres de derecho: mordiéndose la lengua, dicen aceptar estos hechos, con un pero siempre detrás. Se congratulan de que el Estado de Derecho funcione para todos (¡ja!) mientras, por debajo de la mesa en la que comparecen, están rajando la madera con el bolígrafo. Se quedan desnudos, en definitiva, y podemos ver claramente cómo no creen en el Estado de Derecho, como intentan rodearlo una y otra vez, y normalmente siempre con respecto al mismo tema: el País Vasco.

De acuerdo, ETA es un grupo terrorista y matar, por muchas ideas que pueda haber detrás, en principio no está justificado. No obstante los presos están sometidos a una legislación, que no puede ni debe cambiar en función de a quién se le aplique. Y los demócratas se quedan desnudos -¡y qué horrores esconden debajo de la ropa!- cuando, con dolor, con el mayor pesar de los pesares, declaran que una persona debería morir de cáncer en la cárcel -siniestra rima-, porque no creen ni que tenga derecho a perdón, ni que la función de la cárcel sea la reinserción o la redención, ni que pueda pasar sus últimos minutos de vida con sus seres queridos.

Hay que ser magnánimos en la victoria, dicen. Y precisamente con esta desnudez, queriendo saltarse el Estado de Derecho para negar a una persona lo mismo que él le pudo haber negado a otras están poniendo a la misma altura a ambos sujetos, al Estado y al asesino.

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